domingo, 28 de noviembre de 2010

Acerca del capitalismo (Prima pars)

"No se trata de cuántos kilogramos de carne se come o de cuántas veces al año pueda alguien ir a pasearse a la playa, ni de cuántas bellezas que vienen del exterior puedan comprarse con los salarios actuales. Se trata, precisamente, de que el individuo se sienta más pleno, con mucha más riqueza interior y con mucha más responsabilidad" (Che Guevara)
“Masa es todo aquel que no se valora a sí mismo -en bien o en mal - por razones especiales, sino que se siente “como todo el mundo”, y, sin embargo, no se angustia, se siente a sabor al sentirse idéntico a los demás” (Ortega y Gasset)
“Me parece que tu amas verdaderamente aquello que buscas y pretendes con todo tu deseo, si es que esperas encontrar el verdadero gozo de ti mismo. Pues con ello me has señalado tu vida. Lo que tú amas, lo vives. Este amor dado es justamente tu vida, y la raíz el asiento y el centro de la misma.” (Fichte).
No valoramos lo que tenemos”, frase que se valió un debate en la clase de Primero de ESO.

A mis alumnos, sobretodo los de Primer Curso de ESO... aunque no sepan, ahora, qué dice.

Me han pedido un artículo acerca de la actualidad y creo que una de las pocas actualidades que, además de presente es efectivamente actuante en nuestros días -más en nuestros actos que en nuestras cabezas-, es el sistema económico capitalista.
No voy a hacer otro de los innumerables análisis del sistema capitalista que realizan los economistas advirtiéndonos o bien de la salud o enfermedad del mismo, sino que voy a intentar entrar en él desde la Filosofía, en su vertiente ética.
En primer lugar, hace falta entender las palabras, y si han perdido sus sonidos ancestrales, hace falta traerlos nuevamente al presente, para recobrar su sentido, además de saber si nos hemos dejado algo importante por el camino: “ethos” hacer referencia tanto al conjunto de características de la persona humana -carácter- como también al conjunto de costumbres y de usos de una comunidad; posteriormente, el latín esta palabra se traducirá como morada y como moral, con lo que sigue íntimamente relacionado la cuestión de cómo con las actuaciones de cada uno se conforma la persona pero también la “morada”, el sitio en el que vivimos. Y eso es la ética: tanto la configuración de uno mismo, cual artesano con su propia persona, así como los ámbitos o circunstancias en los que colaboramos y creamos realidad social.

Marx definió al capitalismo como el sistema de producción, es decir, forma social del trabajo -manera en que la sociedad se organiza para sobrevivir-, en la que se convierte el objeto en mercancía, un objeto que se vende en un mercado, bajo la ley de la oferta y de la demanda.
Esta definición es sumamente certera y por ello potente para describir lo que nos interesa. Este hecho, diario y cotidiano, de convertir todo objeto en mercancía, significa que en caso del capitalismo global -de alcance universal y omniabarcante-, si alguien o algo quiere ser oído debe estar presente en el mercado, y por ello, debe aparecer o bien en alguna forma de mercancía o bien en referencia a ella -incluido el mismo ser humano.
Para ello quiero proponer algunos ejemplos de cómo todos nosotros estamos dentro de este pensamiento, impregnados por sus categorías, como la forma mercantil de ver el mundo se ha convertido en nuestra forma de estar el mundo y de habitarlo. Son ejemplos de varios ámbitos pero todos vienen a coincidir en que mire donde mire está la estructura mental, y por ello material, del funcionamiento de mercancía como lo único que vale y da valor a la realidad.
  • “Compro, luego existo”, yo sólo tengo valor si compro, si consumo como todos los demás hacen. De ahí que todo individuo sea un engranaje más intercambiable por otro, mientras sólo cumpla el requisito de consumir, y producir con su trabajo. Cuando a alguien la vida le sonríe puede adquirir un buen coche, una casa, y un largo etcétera... Y es esta la manera cómo nosotros podemos afirmar que a alguien “la vida le va bien”, “le funcionan las cosas”. Parece como si todo el resto de aspectos de la persona fueran secundarios o meros anexos a esta capacidad de consumir y de gozar haciéndolo.
  • La libertad se compra: cuanto más dinero tengo, obtenido de la forma que sea -no importa mientras sea reinvertido en el sistema de mercado- más libertad tengo para elegir, no sólo qué poseer y qué ser, sino también para tomarme mi tiempo, más capacidad de acción. Compro, pues, mi tiempo, que ya no es mío.
  • Se acerca la Navidad. Casi toda la felicidad de estas fechas se va a reflejar en la cantidad de regalos intercambiables que nos van a informar sobre los índices de nuestra capacidad para recibir y dar felicidad. Aunque esta felicidad sea efímera, todos vamos a seguir el mismo rito. Es más, es necesario para que el sistema económico mejora, es decir, aumente el PIB.
  • La naturaleza está en peligro, tanto por la contaminación como por la sobrexplotación de sus recursos y biodiversidad. Las herramientas que se proponen para solucionar esta crisis ecológica consisten en modificar nuestros hábitos de consumo para que podamos... seguir consumiendo -y evidentemente, se consume algo más que la mera nutrición y vestido. La naturaleza es aquel almacén del que podemos arrancar todo lo que deseemos para contentar nuestro deseo de ser personas, ergo, de consumir. No parece que pueda haber ninguna aproximación más a la naturaleza que este potencial depósito de materia prima.
  • Las relaciones personales funcionan también como un intercambio: en las relaciones cada vez nos encontramos como contabilidades de “haberes y deberes”, una relación de acciones que se han realizado o se han recibido, sin tener para nada en cuenta a la persona como un todo, por lo que es ella. Ello nos convierte en personas continuamente pendientes de recibir o de dar al que tenemos al lado. El otro no es más que un obstáculo, un impedimento a nuestros deseos, o bien el garante de nuestra felicidad con su aprobación.
  • Y por último, la escuela. La escuela debería ser la transmisora de cultura, además de construir personas aptas para ciudadanía de nuestras sociedades. Además de la dificultad de evaluar estos dos objetivos, aparece otro serio revés para la misma definición de escuela que no la permite funcionar: a la escuela se la paga para que haga lo que yo, consumidor, le digo que tiene que hacer. Yo, como consumidor soy el que decreta qué quiere y cómo lo quiere. Si no se cumple mi pretensión me armo con pretextos legales o bien cambio de centro sin tener en cuenta en ideario del centro, la columna vertebral del mismo y los valores en los que pretenden educar a nuestr@s hij@s. La escuela se ha convertido en un objeto más de consumo, regida por las leyes del mercado, y se le empieza a exigir una eficiencia que, someramente, se calcula mediante papeles rellenados.

Brevemente, no sólo convertimos objetos en mercancía, sino que nosotros mismos somos esa mercancía para un mercado que persigue el beneficio.
Por último, para terminar esta primera parte, déjenme transcribirles un cuento de Anthonny de Mello:
El rico industrial del Norte se horrorizó cuando vio a un pescador del Sur tranquilamente recostado contra su barca y fumando una pipa.
¿Por qué no has salido a pescar?”, le preguntó el industrial.
porque ya he pescado bastante por hoy”, respondió el pescador.
¿ Y por qué no pescas más de lo que necesitas?”, insistió el industrial.
¿Y qué iba a hacer con ello?”, preguntó a su vez el pescador.
Ganarías más dinero”, fue la respuesta. “De este modo podrías poner un motor a tu barca. Entonces podrías ir a aguas más profundas y pescar más peces. Entonces ganarías lo suficiente para comprarte unas redes de nylon, con las que podrías obtener más peces y más dinero. Pronto ganarías para tener dos barcas...y hasta una verdadera flota. Entonces serías rico, como yo”.
¿Y qué haría entonces?”, preguntó de nuevo el pescador.
Podrías sentarte y disfrutar de la vida”, respondió el industrial.
¿Y qué crees que estoy haciendo en este preciso instante?”, respondió el satisfecho pescador.

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